lunes, 17 de diciembre de 2007

CRONOS

If, maldita prisión.

Todas las mañanas tomaba café con leche y tostadas.
Todas las mañanas se sentaba al lado de la cristalera.

Invariablemente, removía el café con leche poniendo primero un sobre de azúcar. Veinte vueltas a la derecha. Otro sobre de azúcar. Veinte vueltas a la izquierda. El plato de las tostadas cerca, que del tránsito hacia su boca no goteara de aceite la mesa.
Acabado el desayuno, tomaba el autobús al centro a las 7:45. Bajaba del autobús. A las 8:30 en su puesto de trabajo. A media mañana descanso. A las 15:00 de regreso a su mundo.

Todas las mañanas la veía pasear a su perro.
Y todas las mañanas se preguntaba cosas sobre ella. Pero sólo se las preguntaba; en su holgada soledad, no había espacio para respuestas.

Llegaba al parque de enfrente, soltaba al perro, le dejaba corretear unos minutos, miraba el reloj, perdía de vista al perro, lo llamaba, miraba el reloj, y se agachaba para rascarle la panza y las orejas. Le ponía de nuevo la correa y desaparecía de la panorámica de la cristalera.

Esta mañana el café con leche quemaba, solo le pusieron un sobre de azúcar, la huelga de transporte público afectó a sus calculados horarios, y ya en el trabajo, le comunicaron que a partir de primero de mes prescindían de sus servicios.
Volvió a su barrio caminando, sin pensar demasiado. Se sentó detrás de la cristalera y pidió café. Vertió parte del azúcar fuera de la taza, y removió el contenido de cualquier manera.
Y miró hacia el parque.
Miró largo rato la farola donde ella esperaba al perro, donde se entretenía leyendo los anuncios pegados. Donde a veces arrancaba un número de teléfono.

Rebuscó en su maletín. Sacó una estilográfica y un pequeño cuaderno de notas.

Primera hora de la mañana. Esta vez ha pedido un té con madalenas.
Llega la mujer. Llega el perro. Le quita la correa. Ella se acerca a la farola. Espera.

"Mira la farola."

Mira el reloj.

"Lee, por favor."

Mira la farola. Lee distraídamente las notas. Se fija en una. Mira alrededor. Sonríe. La desprende con cuidado de no romperla, la dobla y la guarda en su bolsillo.

"Hazlo."

Mira el reloj, llama al perro, el perro acude. Y esta vez no le pone la correa. Lo coge en brazos y le rasca la cabeza. Lo deja en el suelo. Y antes de iniciar el regreso, mira hacia la cristalera. Lentamente, pone un mechón de su pelo tras la oreja.

"Sí."

Ya no volvió a las veinte vueltas ni al café con leche.
Y ya no se asomaba al mundo solo.
Ni siquiera desde la cristalera.

5 comentarios:

Hyku dijo...

Tuvo suerte, enorme suerte si no le denunció por acoso, tal como está el patio...
:-)

Preciosa historia, qué importa el café, qué importa si el día entero sabe amargo cuando la dulzura está al otro lado del cristal...

Saludotes

Srta. Effie dijo...

Sr. Hyku,

¿Que valor tiene la rutina si no te lleva a nada?

El romper pequeñas normas, es todo un principio, ¿no le parece?


PD. No hay nada más divertido que las locuritas de Tom Sharpe y las de Eduardo Mendoza cuando se aburre.

Besotes.

Anónimo dijo...
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Belén dijo...

Las rutinas cuando se pierden se echan de menos, asi somos de tontorrones, al final hasta lo vemos emocionante!

besitos

Srta. Effie dijo...

Srta. Belén,

Es más que aconsejable dejar de ser imprudentemente prudente para ser prudentemente imprudente.

Algo así como la parte contratante de la primera parte.

Ja.

Rebesitos.