martes, 23 de octubre de 2007

TRENECITO CHUP-CHUP



Hay que joderse, queridos.

La primera (y única vez) que viajé en preferente, cuando pasó la niña-azafata-monísima-con-delantal-de-Heidi repartiendo las toallas calientes, pensé que era para recordarme que los que viajamos normalmente en turista, no somos lo bastante chic para el vagoncito de marras.

Yo, obediente como soy, me limpié las orejas a fondo con el pañito para que nadie se diese cuenta que sufría el síndrome de Diógenes y que mi poder adquisitivo es bastante menor que el de las ratas que ejercitan sus músculos en el solar de los Maristas.

Cuando pasó de nuevo la azafata, me preocupe muy mucho de que me viese las orejas bien limpitas y que con orgullo (y algo de aburrimiento) me considerase digna de la plaza que ocupaba. La muchacha me miró arrugando la nariz, y con blanca sonrisa Profident, muy amablemente me alcanzó una nueva toallita, y yo pensando que esta vez me debería repasar los sobacos, ella me indicó con suave profesionalidad que era para limpiarme las manitas y sentirme más cómoda con el desayuno que se disponía a servir.

Ah.

Coñe.

Omelette du fromage, con lecho de crema de zanahoria, esparragos y butifarra.

Y yo sin llevar un tupper ware en el bolso.

Pues me sirvieron la cosa esa afrancesada con un panecillo (¿pan blanco o integral?), un croissant, que se dice cruasán para los de clase turista, agua (¿agua o zumo de naranja y frutas tropicales?), café (sín leche, gracias) y fruta, que en algún momento fue fresca, consistente en un grano de uva negra de mesa y un trozo de piña que, digo yo, sería para frotarme los dientes después del festín.

Solo tomé el café y el croissant, que a mi entender, era lo más genéticamente identificable de la bandeja.

Deben saber, amigos míos, que ese día el refranero español dió un fiesta con todo su popular acierto al decir que "aunque la zorra se vista de Gucci, zorra se queda", porqué hay que ver la de codazos que me daba la señora elegante del asiento de al lado mientras le daba, con gran fruición, al cuchillo y al tenedor para deborar todo lo que nos habían servido.

¿Pero alguien en su casa, y en su sano juicio, se come una butifarra para desayunar?
Debo decir en favor de la Señora Zorra que, visiblemente preocupada por mi equilibrio emocional y por mi ingesta nutricional, no paraba de preguntarme ¿que no comes, nena?, y yo es que ya he desayunado antes de salir, y ella, lástima es que se quede, que después lo tiran, y yo, pues si, y ella, ¿y no te lo comes?, y yo que no, y ella, pues la fruta tiene buena pinta, y yo, ¿quiere la fruta?, es que es lástima..., y ella, pues si, nena, yo me comeré la fruta. Total, que se come mi fruta, el panecillo, se mete en el bolso el salpimentero y el aceite monodosis, y cuando empezó a mirar con gran interés la tortilla, le dije que no, que no, que me la guardo para la Nochebuena, que algo estiloso tendré que darle a mis gatos.
Otra que arrugó la nariz.
Creo que no me froté lo sufiente las orejas para alguien de tan rancio abolengo.

El resto del viaje pasó sin incidentes, exceptó porqué la gente me miraba raro mientras me reía viendo la película esta de Mr. Bean que se va de vacaciones y bla, bla, bla. Es que con los auriculares puestos tampoco se si me río finamente como parece ser que requería el billete.

Y cuento todo esto por qué tengo pensado poner una reclamación a los señores del tren: pasando por casa de el Sr. Borde, me he dado cuenta de que te dan una encuesta de control de calidad y a mi no me dieron nada.
Supongo que era por qué no llevaba portatil.

O por qué dada mi evidente pobreza pensaron que no sabría escribir.

Pues la próxima vez iré en avión. Por listos.

viernes, 5 de octubre de 2007

LA CRUCECITA EN LA FRENTE



Ayer por la noche, llegando casi a la puerta de mi nuevo zulito-hogar, recordé que no tenía leche.
Muy cerca tengo un Open Cor, así que me pasé por allí y aproveché para comprar un par de cosas. Cuando llegué a la caja me vi envuelta en una escena en la que solo faltaba Woody Allen. Nadie gritó, ni nadie pedía con cara de pena cita con un psicoanalísta. Pero nos miramos los allí presentes, todos con la botellita de leche y el paquete de pan bimbo (pan pingo para las Sras. Abuelas), y con una mirada de reconocimiento, supimos que éramos la tribu de los solteros del barrio.

Y poseída por el espírito de Meg Ryan orgasmeando en mitad de una cafetería, estuve a punto de gritarles ¡Vale tíos, pero yo follo!

(Nota para la Srta. Akroon: Perdón, Ak, que como soy de las que fascinan, no debí utilizar la palabra follar, que yo hago sexo desde el momento en que me pongo los rulos, querida.)

Entonces decidí que la semana que viene me la tomaba toda de puente.

Me voy al Thyssen y a ver de nuevo a Cyrano de Bergerac.

Y que se joda el pan pingo.

Feliz puente, queridos míos.