
Nací a muy temprana edad, y con permiso de Groucho, no tan embetunada como él.
Hacía un calor del carajo, tanto, tanto, que mamá, más que romper aguas, se le evaporó tan apacible líquido de flotación. Y aparecí yo, tierna setita amarilla como el mismísimo pedo y sín gota de llanto. Cuentan las crónicas que mi mal carácter empezó a definirse cuando recibí la palmada médico-nalgar para que mis armoniosas cuerdas vocales entonaran mi primer canto.
Con el tiempo, y no menos llantos, adquirí el sólido afianzamiento de una voz más autoritaria que no me ha servido para absolutamente nada, y la consolidación de mayor masa muscular que me ha ayudado notablemente a caminar erguida, y últimamente, a llevar bonitos tacones.
Extrañamente, mi cabello es cada vez más rizado, y como debo estar bendecida (!) por alguna populosa deidad o similar, destilo un delicioso aroma a melocotón y miel por cada uno de mis bonitos y limpios poros.
Por el contrario, al no caer meteorito ni nada por el estilo cerca de mi hogar, beber agua embotellada y no leer prensa deportiva, no he sido bendecida con super poderes. Para mi desgracia, tal carencia me ha privado del placer de ser inmortalizada por Simon Bisley o Todd McFarlane. Me consuela poder ser modelito del gran Richard Corben. En fín...
Pasan los años, y a pesar de la experiencia, siempre aparecen difíciles preguntas que no me creo capaz de contestar. ¿Porqué no recuerdo nunca comprar leche? ¿Porqué no consigo ligar el all i oli? ¿Porqué aumenta el número de velas y no el tamaño de la tarta? ¿Guardar? ¿Publicar?
Y a pesar de todo, con mis estornudos y mis miedos, tengo la completa certeza de que algo increíble acaba de empezar.
Justo ahora.