lunes, 18 de febrero de 2008

EL BAR DEL IMBÉCIL

Últimamente paso por un estupendo momento golfo. Pero golfo-golfo, de esos que se cuentan en los bares a los amigos de pito y copas. Y entendamos por pito cigarrillo.

El bar que frecuento es el bar del Imbécil. El Imbécil es un tipo interesante, de esos que tienen siempre algo que contar. No importa que sea cierto o no, lo que importa es como él lo cuenta. No hace mucho me relató, y con todo lujo de detalles, como degolló a un león en mitad de la selva con un cortauñas, como se echó una meadita en la puerta del Taj Mahal y en que momento pensaba retirarse de su negocio de bicicletas para dar conferencias a lo largo y ancho del mundo. Le gusta vestir con smoking blanco, bebe Cardhú como un poseso y entorna los ojos cada vez que oye mi melosa voz a lo lejos.
A veces me dice que mi copa está medio vacía, pero tal vez sea que espero a que me la llene (sonrío).

Hace dos noches me contó una historia extraña. Increíble. Pero como me la contaba él, no podía ser menos que maravillosa. La historia versaba sobre una caja, la caja de la discordia.

Dicen que el futuro se puede cambiar, que no siempre está escrito, que si accionas determinados resortes, lo previsto se convierte en imprevisto y por lo tanto en todo un misterio nada futurible.

Cuenta el Imbécil que una mujer especial compró un objeto especial para hacer un regalo especial. Este objeto era especial por qué quien lo creó era especial y quien lo deseaba era más especial aún, así que ella viajó en busca de ello navegando tempestuosos mares y atravesando heladas montañas hasta que lo encontró. Cuando por fin lo tuvo en sus manos, el brillo de sus ojos cambió. Nadie sabía muy bien lo que ocurría, pero ella, que como ya he dicho era especial, al tocar el preciado regalo supo que toda la buena intencionalidad había terminado. Los buenos modos y los deliciosos fonemas habían pasado de largo, y solo podía ver imágenes de desgracia y desgarro al sentir la vibración de las palabras encerradas entre las formas de aquello que empezaba a torturarla.
Fue entonces cuando supo que una parte de él moriría, y tan gran desesperación le produciría esa parte fenecida, que acabaría muriendo en su totalidad.

Aquí el Imbécil paró, bebió un trago de Cardhú, prendió un cigarrillo y apartó un mechón de pelo de mi cara.

Entre visiones borrosas y sudores fríos, la mujer vio al hombre especial recibir un paquete con ilusión. Ante la imposibilidad de deshacer el nudo del bramante que sujetaba el envoltorio, cogió unas tijeras con poca delicadeza, cayendo estas abiertas sobre su pene cercenándolo limpiamente. El hombre se quedó muy quieto, pálido, y no reaccionó hasta darse cuenta de que su preciado pene ya no estaba unido al cuerpo. Ni siquiera estaba en la vivienda: había salido disparado por la ventana. Una joven muy cándida y hermosa vio el apéndice tirado en el suelo, que hacioéndole mucha gracia, recogió con sumo cuidado, y preservándolo en un frasco de formol, lo llevó al museo de Onda para ser expuesto.

Mientras tanto, el hombre especial, al no encontrar su cosita por ninguna parte, se pegó con Loctite al pubis un pene de silicona para poder canalizar la orina de alguna forma y no manchar sus pantalones. Vagó solo por el mundo, cabizbajo, triste, arrepentido y dolorido ante la pérdida. Pero un día llegó al museo de Onda, y al ver su pene expuesto entre la gallina disecada de cuatro patas y el cerdo de dos cabezas, sintió que todo había perdido sentido, abandonándose a si mismo en un cómodo estado de catatonia que le evitaba pensar en su pene, en su regalo especial, en las miles de mujeres que no pudo tocar y en la mujer, en la única mujer, que fue capaz de recorrer el mundo por contentarlo a él.

La mujer especial salió del trance y se sentó. Pasó muchas horas reflexionando, intentando decidir que hacer. Al cabo de unas horas se levantó, se lavó la cara. Se peinó.
Preparó el paquete y escupió dentro.

Quizá así no perdiese el pene y se ahogase al comer una galleta.

domingo, 17 de febrero de 2008

NI DE PIJAMA NI DE ORINAL


Esta claro que una no se puede recostar ni dos días.

Debo decirles que son todos Ustedes unos pesados de cojones.

A mi me hacía ilusión hacer el test del garbanzo y del colchón, y una vez superado este, hacer el anuncio de los limones del caribe. No es que tenga mucho que ver con el colchón, pero una está lo suficientemente buenorra como para trotar por la playa cual gacela desbocada entrenando para el viajecito a Túnez que me pienso pegar con Mary Jo el mes que viene.

Muchos de Ustedes saben que no tenía pensado contestar los comentarios ni atender en público en una temporadita, pero vista la cantidad de e-mails qué-te-pasa, qué-te-pasa, llamadas intimidatorias tía-tía-tía a mi movil y puñitos aporreando la puerta de mi hogar, me he visto obligada a salir de mi barbecho gate y hacer acto de presencia. Por lo tanto:

Sr. Pejeverde: A mi las siestas que más me gustan son las que sín remedio acaban cuando un interminable hilillo de baba hace aparición en el cojín del sofá. Rollo Homer y tal, Usted ya sabe.
Y a decir verdad, me he despertado con peasho sonrisa, con hambre de mundo y con una cara hijueputa que no me va a dejar decir ños ni reños en una buena temporada.
Muchas gracias, amigo mío.

Sra. Akroon: ¿Pero con que coño de manta me has tapado, tía? Llevo dos horas escupiendo pelo, joer. Menuda manera de cuidar de tu amiga. Cabrona. T'estimo.

Sr. Hyku: Querido mío, el grueso de los libros quiere batirse en duelo con Usted, a poder ser, a mitad de mañana, que al tipo no se le da bien el asunto de los madrugones.
Nadie me hace reir como Usted, que las posturas que me hace coger entre risas son de lo más raritas. Besos agradecidos. Donde y cuando.

Sra. Peggy: No hay palabras para describirle mi agradecimiento por recomendarme las mejores tiendas de España para comprar alimentos en conserva. Es Usted purita Luz, y una ideóloga de la resistencia. Muchísimas gracias. Kiss.

Sr. Kpax: Debo advertirle que yo, como razonar, razono poquito. Eso sí, razón tiene al decir que la siesta es maravillosa, pero es que no podría ser de otra manera si tiene en cuenta que yo soy increíble y, por ende, un sueño. Gracias por venir.

Sr. Musaranya: ¡Pero que cosita más tierna me parece Usted! Fíjese, a su primera petición, desperté. Me temo que jamás podré negarle nada. Gracias por preocuparse. Y por velar mi sueño.

Sr. Ray: Mis sueños, aunque dulces han sido cortos. Creo que soñé con Usted. Seguro que lo hice.
Gracias por hacer que las visitas bajasen la voz.

Sr. David: ¿Usted es consciente, amigo mío, que siempre me pilla despeinada?
¿Sigue manteniendo contacto con el instalador del hilo musical?
¿Y con Adriano?
Como le echo de menos. Hay que joderse.

Sra. Carmen: Señora, es Usted otro importantísimo pilar de la resistencia. Estoy segura que el agua que consumen en Madrid tiene algo que ver. Me siento agradecidísima de su presencia en este cutreblog, y espero que en próximas visitas lo llene de la sabiduría y elegancia de la que hace gala en cada momento de su muy necesaria vida. Muchas gracias.

Sr. 1berto: No dude jamás de la magia del pijama a la hora de la siesta: no hay como que te lo quiten de dos zarpazos. Bonito culo.

Sr. Obispo de Canarias: Hace muchos años Usted hizo algo maravilloso por mi qué, si me permite, me gustaría contar.

En una temporada asquerosa para mi, llena de dudas y en la que carecía de capacidad decisoria, este señor me hizo un arroz a la cubana a las dos de la madrugada y nos lo comimos sentados en la arena. Fue una noche cojonuda. Al día siguiente todo cambió de color.

En otra ocasión cerró el maletero del coche sin ver que mi cabeza estaba en la línea de fuego. Aún no se lo he perdonado.

Algún día hablaré en profundidad de Él (sonrío). Por lo demás, váyase usted a la real mierda: si no me da un anillo, no me divorcio. Viva Duke Nuke. Y te quiero, chato.



Señoras y Señores, empieza la función.

Again.

domingo, 10 de febrero de 2008

SIESTA


Pues sí.


Creo que la siesta es una magnífica costumbre, así que voy a hacer gala de mis buenos modales y dejarme descansar un poco en un mullido colchón relleno de suaves plumas.


No se si será un ratito o un ratazo, si me despertaré solita o por el delicioso beso de un estupendo príncipe principito de los que me gustan a mi.


No se preocupen: Effie está bien, pero la personita que está detrás de ella es frágil, y últimamente no está en forma.


Seguiré atendiendo en el mail, que ciertos vicios no se pueden dejar de repente.


Hum... el primer bostezo.


Llegó el momento.


Con cosquillitas,


Effie.


Con cansancio,


P.


En el sueño yo estaba solo en la isla, lo que era raro en ese tiempo; si volviese a soñarlo ahora la soledad no me parecería tan vecina de la pesadilla como entonces. Una soledad con la luna apenas trepada en el cielo de la otra orilla, con el chapoteo del río y a veces el golpe aplastado de un durazno cayendo en una zanja. Ahora hasta las ranas se habían callado, el aire estaba pegajoso como esta noche, o como casi siempre aquí, y parecía necesario seguir, dejar atrás el muelle, meterse por la vuelta grande de la costa, cruzar los naranjales, siempre con la luna en la cara. No invento nada, la memoria sabe lo que debe guardar entero.
Julio Cortázar. Relato con un fondo de agua (final del juego, 1956)